Wednesday, December 15, 2010

Las Aflicciones del Amor por Francis Frangipane

Sufrir heridas es inevitable si vamos a seguir a Jesucristo. Jesús fue “desfigurado” (Isaías 52:14) y “herido” (Zacarías 13:6), y si nuestra búsqueda de Su naturaleza es sincera, nosotros también sufriremos. ¿De qué otra manera será perfeccionado el amor?

Y aun, seamos conscientes. O bien llegamos a ser más como Cristo y perdonamos, o entraremos en una burbuja espiritual donde continuamente permanecemos en la memoria de nuestra herida. Como una enfermedad crónica, las memorias dolorosas destruyen cada aspecto de nuestra existencia. De verdad, lejos de Dios, las heridas que ocasiona la vida, son incurables. Dios ha decretado que sólo Cristo en nosotros puede sobrevivir.

Los intercesores vivimos en la frontera del cambio. Estamos posicionados entre las necesidades del hombre y la provisión de Dios. Debido a que somos agentes de redención, Satanás siempre buscará la manera de ofender, desanimar, silenciar o robar de cualquier  modo la fuerza de nuestras oraciones. Las heridas que recibimos tienen que ser interpretadas a la luz de la promesa de Dios de revertir los efectos de la maldad para obrarlos para nuestro bien ( Romanos 8:28). Dado que los ataques espirituales son inevitables, tenemos que descubrir como usa Dios nuestras heridas como un medio de acceso a un poder mayor. Fue exactamente así que Cristo trajo  redención al mundo.

Jesús supo que permanecer en el amor y el perdón en medio del sufrimiento era la llave que abriría el poder de la redención. Isaías 53:11 nos dice, “por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará sobre sí las iniquidades de ellos.”

Jesús tuvo “conocimiento de  revelación” del  misterio de Dios. Sabía que el secreto para soltar el poder para transformar al mundo se encontraba en la cruz. La terrible ofensa de la cruz se convirtió en la redención para el mundo. Pero acordaos, Jesús también nos llama a nosotros a la cruz (ver Mateo 16:24). Las heridas son  simplemente un altar sobre el cual se prepara nuestro sacrificio a Dios.

Escuche nuevamente la descripción profética de Isaías acerca de la vida de Jesús. Sus palabras parecen chocantes a primera vista, pero a medida que leemos, descubrimos una verdad más profunda en cuanto al poder del sufrimiento y del ser herido. Escribió,

“Jehová quiso quebrantarlo, sujetándolo a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá descendencia, vivirá por largos días y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada” (Isaías 53:10).
      
¿Cómo obtuvo Jesús el poder de la complacencia de Dios y que prosperase en Sus manos? Cuando fue quebrantado, herido, burlado, menospreciado, en lugar de vengarse o tomar represalias, se entrego a sí mismo como “ofrenda de expiación.”

El quebrantamiento no es un desastre; es una oportunidad. Vea, puede que nuestro bien intencionado amor toque o no el  corazón del pecador, pero toca siempre el corazón de Dios. Las personas nos quebrantan, pero necesitamos permitir que el quebrantamiento ascienda como ofrenda a Dios. El beneficio mayor es el efecto que  nuestra misericordia tiene en el Padre. Si realmente queremos ser instrumentos del beneplácito de Dios, entonces la redención, no la ira, es lo que tiene que prosperar en nuestras manos.

Así, Cuando Cristo se encuentra con el conflicto, aunque Él es el León de Judá, viene como el Cordero de Dios. Incluso cuando Su apariencia externa es severa, su corazón amoroso es siempre consciente que El es la “ofrenda de expiación.”  Así, Jesús no solamente pide al Padre que perdone a los que le han herido, sino además se cuenta a sí mismo con los pecadores e intercede por los transgresores (Isaías 53:12). Lo hace porque el Padre “no quiere la muerte del impío” (Ezequiel 33:11) y lo que Jesús busca es la complacencia del Padre.

¿No es esto la maravilla, el misterio y, sí, el poder, de la cruz de Cristo? En angustia y tristeza, herido en corazón y alma, aun se ofreció  a sí mismo por los pecados de Sus verdugos. Sin visible evidencia de éxito, contado como pecador y un fracaso ante los hombres, con valentía se mantuvo fiel a la misericordia. En la profundidad de un quebrantamiento terrible, permitió que el amor alcanzase su más gloriosa perfección. Profeso las inmortales palabras, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

Cristo pudo haberse escapado. Le dijo a Pedro cuando venían los romanos a arrestarlo, “¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?” (Mateo 26:53). En menos de un latido de su corazón, los cielos hubiesen estado cubiertos de legiones de ángeles guerreros. Sí, Jesús pudo haber escapado, pero la humanidad hubiera perecido. Cristo eligió ir al infierno por nosotros antes que regresar al cielo sin nosotros. En vez de condenar a la humanidad, se entrego a “sí mismo como ofrenda de expiación.” Oró la oración de misericordia, “Padre, perdónalos.” (Lucas 23:34).

Jesús dijo, “El que en mí cree, las obras que yo hago, él también las hará” (Juan 14:12). Solemos suponer que lo que quiso decir es que obraríamos Sus milagros, pero Jesús no limitó su definición de “obras” a lo milagroso. Las obras que Él hizo – la vida redentora, el clamor por misericordia, la identificación con los pecadores, entregándose a sí mismo como ofrenda de expiación – todas las obras que Él hizo, nosotros también las haremos.

Así, dado que Él vive en nosotros, Isaías 53 no se aplica exclusivamente a Jesús; es también el modelo para Cristo en nosotros. De hecho, ¿no era esto parte de su recompensa, que vería su descendencia? (Isaías 53:10). Amados, nosotros somos la descendencia de Cristo.

Lee estas palabras del corazón de Pablo:

“Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia.” (Colosenses 1:24).

¿Qué quiso decir el apóstol? ¿No pagó Cristo completamente la deuda de la humanidad una vez por todas? ¿Está diciendo Pablo que ahora nosotros tomaremos el lugar de Jesús? No, nunca tomaremos el lugar de Jesús. Significa que Jesús ha venido para tomar nuestro lugar. El Hijo de Dios manifiesta todos los aspectos de Su vida redentora y de sacrificio a través de nosotros. Ciertamente, “como él es, así somos nosotros en este mundo” (1ª Juan 4:17).

Pablo no solamente se identificó con Cristo en su salvación personal, sino que también el propósito de Cristo, le consumió. Escribió, “A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a Él en su muerte” (Filipenses 3:10).

Qué realidad más maravillosa es “participar de Sus padecimientos.” Aquí, al elegir unir nuestra existencia con los propósitos de Cristo, encontramos verdadera comunión con Jesús. Esta es la intimidad con Cristo. Los padecimientos de Cristo no son las aflicciones típicamente experimentadas por la humanidad. Ellas son las aflicciones del amor. Ellas nos acercan más a Jesús. En unidad con El,  incrementamos la complacencia de Dios.

Padre, veo que no tuviste otro propósito para mí  que manifestar a través de mi vida la naturaleza de Tu Hijo. Me rindo a Cristo, entregándome a mí mismo no solamente como un juez o critico, sino como una ofrenda para aquellos que han generado heridas a mi alma. Que la fragancia de mi adoración te recuerde a Jesús, y que perdones, y limpies el mundo a mí alrededor.

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