Saturday, June 5, 2010

La Luz Radiante de La Santidad Por Francis Frangipane

La Luz Radiante de La Santidad
Por Francis Frangipane
(English)
Cuando existe verdadera santidad en la vida de un
cristiano, ella produce a su alrededor una luminosidad
y un resplandor. Los bebés y los niños pequeños,
cuyos espíritus son todavía puros e
incontaminados, y que por lo tanto están más cerca
de la presencia real de Dios, también emanan esta
luz. Su luz es visible por cuanto sus corazones son
transparentes y veraces. Para nosotros, el camino a
la luz radiante de la santidad es esta misma senda
de transparencia y verdad. Ella es la via que nos
lleva al oro puro del reino de Dios.
Cuando Nuestro Enfoque es Claro
Desde el momento en que Cristo entra en nosotros, somos
santos, separados para Dios. Este tipo de santidad es la
misma santificación que hizo que los utensilios utilizados
en el servicio del templo fueran santos: santos porque fueron
usados en el servicio del Señor. No tenían virtud alguna
en sí mismos; el material del cual estaban hechos no sufrió
ningún cambio. En ese sentido es que el cristiano, en general,
es santo. Pero la santidad que buscamos es la realización
de nuestra separación. Pretendemos una santidad que
refleje en nuestras vidas la presencia de Dios en los cielos.
Queremos tener ambas cosas: Su naturaleza y su calidad de
vida.
Siendo que la verdadera santidad produce en nosotros la
vida real del Espíritu Santo, debemos estar seguros de saber
lo que es el espíritu. El espíritu de Dios es amor, no
religión. Dios es vida, no ritualismo. El Espíritu Santo hace
en nosotros mucho más que sencillamente “hablar en lenguas”
o testificar. El Espíritu nos guía a la presencia de
Jesús. Mediante nuestra unión y comunión con Jesucristo
recibimos nuestra
Repito que la santidad que procuramos tener no es un conjunto
de normas legales o legislativas, sino la calidad de vida
del mismo Cristo. El Espíritu Santo obra en nosotros no solamente
un nuevo deseo de amar, sino que nos imparte el
mismo amor de Jesús. Desarrollamos mucho más que una fe
común en Jesús. En realidad comenzamos a creer como él,
con su misma calidad de fe. Es Dios en nosotros quien nos
hace santos. Dejemos que él nos sacuda, que nos baje de
nuestras cómodas perchas, hasta que con gran temblor y gozo,
con profunda adoración y santo temor nos aproximemos a
la realidad divina, a Dios mismo, quien nos ha llamado a ser
suyos por su propia voluntad y propósito.
“No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de
Dios mora en vosotros?” (1 Corintios 3: 16).
El Espíritu de Dios habita en nosotros. A la luz de esta
verdad, hagámonos otra vez la antigua pregunta: “¿Qué es el
hombre?” Sabemos como lucimos ante las demás personas,
pero si en verdad Dios mora en nosotros, ¿cómo nos ven los
ángeles o los demonios? ¿Qué luz nos señala en el mundo
espiritual, qué iluminación nos rodea, qué gloria declara al
mundo invisible: “Tenga cuidado, este es un hijo de Dios?”
Piense en ello: El Espíritu del creador, quien desde el principio
tuvo el propósito de hacer al hombre a su imagen,
está ahora en usted.
La Santidad es Un Cuerpo Lleno de Luz
Hay límites. Hay condiciones. Usted no puede servir a
dos señores. No puede servir a la luz y a las tinieblas, al
pecado y a la justicia, al yo y a Dios. La luz está en usted,
pero lo rodean las tinieblas. Nuestro mundo es un mundo
en oscuridad. Nuestras mentes carnales siguen siendo un
teatro de las tinieblas. En un mundo de opciones debemos
optar por la luz. Por eso es que Jesús enseñó que debemos
tener determinación y ser de un solo propósito si deseamos
llegar a ser hijos de luz plenamente maduros. Él dijo:
“La lámpara del cuerpo es el ojo; cuando tu ojo es bueno,
también todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando
tu ojo es maligno, también tu cuerpo está en tinieblas”
(Lucas 11: 34).
Si su voluntad y su corazón están enfocados en Dios, su
cuerpo está lleno de luz, y está expresando con plenitud la
gloria de Dios en usted. Pero si es de doble ánimo, si está
viviendo en pecado o consintiendo pensamientos pecaminosos,
su luz se disminuye proporcionalmente hasta que su
cuerpo se llena de tinieblas. Jesús continuó advirtiendo:
“Mira, pues, no suceda que la luz que en ti hay, sea
tinieblas” (Lucas 11: 35).
Si usted no hace nada por su salvación, si no busca a Dios,
o decide desobedecerlo, está en oscuridad. No se consuele
con una esperanza carente de propósito de que algún día, y
de alguna manera, será mejor. ¡Armese de determinación!
Porque si la luz que hay en usted son tinieblas, qué terribles
serán las mismas tinieblas. Mi querido hijo o hija de luz:
¡usted debe odiar las tinieblas! Porque ellas son las sustancia
del infierno; son el mundo sin Dios.
Pero nuestra esperanza es luz, no oscuridad. Sus pies
están andando la senda de los justos, que “como la luz de
la aurora va en aumento hasta que el dia es perfecto”
(Proverbios 4: 18). “Así que, si todo tu cuerpo está lleno
de luz, no teniendo parte alguna de tinieblas, será
todo luminoso, como cuando una lámpara te alumbra
con su resplandor” (Lucas 11: 36). Este versículo nos
muestra un cuadro muy claro de la apariencia de la santidad
en su madurez: nuestros cuerpos son radiantes de gloria,
así como cuando una lámpara alumbra en su plenitud.
¡Qué tremenda esperanza que podamos ser integramente
iluminados con la presencia de Dios, que no haya “parte
alguna de tinieblas” en nosotros! Un manto de luz y de gloria
espera a los que son espiritualmente maduros, a los santos
de Dios, un manto similar al que Jesús lució en el Monte
de la Transfiguración.
Un esplendor no para la eternidad sino para lucirlo aquí
“...en medio de una generación maligna... en medio de la
cual resplandecemos como luminares en el mundo”
(Filipenses 2: 14-15).
“Porque en otro tiempo eráis tinieblas, mas ahora sois
luz en el Señor; andad como hijos de luz” (Efesios 5: 8)
Ahora usted es un hijo o hija de luz. Estas no son solo
figuras de retórica, o frases literarias. ¡La gloria de Dios
está en usted, y lo rodea y circunda! Esa es una realidad
espiritual. ¿Pero qué de las tinieblas que todavía hay en usted?
Pablo continúa diciendo: “Y no participéis en las
obras infructuosas de las tinieblas, sino mas bien,
reprendedlas; porque vergonzoso es aún hablar de lo que
ellos hacen en secreto. Mas todas las cosas cuando son
puestas en evidencia por la luz, son hechas manifiestas;
porque la luz es lo que manifiesta todo” (Efesios 5: 11-
13).
No oculte sus tinieblas, expóngalas a la luz. No las excuse
con simpatía; confiéselas. Odielas. Renuncie a ellas.
Porque en la medida que las tinieblas continúen ocultas,
continuarán dominándolo. Pero cuando la oscuridad la exponemos
a la luz, se transforma en luz. Cuando usted toma
sus pecados secretos y con confianza los lleva al trono de
la gracia de Dios en confesión, él lo limpia de toda iniqui129
dad (1 Juan 1: 9). Si peca otra vez, arrepiéntase otra vez.
Hágalo hasta que el hábito del pecado se rompa en su vida.
Haga como los buscadores de oro de tiempos pasados:
reclame el derecho de propiedad de su mina en el reino de
Dios, y esté listo a defender ese derecho sobre el “oro puro”
del cielo (Apocalípsis 3: 18). Y cuando acampe frente al
trono de la gracia, algo eterno comenzará a brillar en usted
como carbones encendidos en un horno. Y al persistir con
el todopoderoso, el fuego sacro de su presencia consumirá
la madera, el heno y la hojarasca de sus antiguos caminos.
Poder como el que Jesús tenía habitará en su ser interior.
Los ángeles se asombrarán porque su oro será refinado, sus
vestidos serán luz, y su vida será santa.

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