Cuando venimos a Jesús por primera vez, él nos acepta tal como somos, con nuestros problemas,
pecados y todo lo demás. Sin embargo, gradualmente descubrimos que él suple nuestras necesidades, porque busca algo de nuestras vidas. Y lo que busca es nuestra adoración. Pero la verdadera adoración es la consecuencia y el resultado de ver a Dios tal como es, y fluye en forma natural del alma que ha sido purificada por el amor; ella se eleva, de un corazón sin ídolos, como incienso.
El Dios Cuyo Nombre es Celoso
Cristo no destruye personalmente a los ídolos del pecado ni al egoísmo que hay en nosotros. Más bien los señala y nos dice que los destruyamos. Este mensaje es acerca del arrepentimiento. Si usted se retrae al escuchar tal palabra es porque necesita una nueva limpieza en su alma. En efecto estamos hablando de un tipo de arrepentimiento que no es común en aquellos que sólo buscan perdón pero no cambio. Hablamos de un profundo arrepentimiento –de una actitud contrita y vigilante– que se niega a permitirle al pecado o al ego convertirse en ídolos en nuestro corazón.
En el libro de Éxodo vemos la visión que tiene Cristo de los ídolos. Su advertencia es:
“Guárdate de hacer alianza con los moradores de la tierra donde has de entrar, para que no sean tropezadero en medio de ti. Derribaréis sus altares, y quebraréis sus estatuas, y cortaréis sus imágenes de Asera. Porque no te has de inclinar a ningún otro dios, pues Jehová, cuyo nombre es celoso, Dios celoso es”. -(Éxodo 34: 12-14)-
Existen muchos aspectos inherentes a la naturaleza de Cristo. Él es el buen pastor, nuestro libertador y nuestro sanador. A través del filtro de nuestra necesidad percibimos a Dios. Y él mismo se ha constituido en la respuesta a nuestras necesidades.
Pero, ¿cómo nos ve Jesús? Mirando a través de sus ojos vemos que la iglesia es su esposa: hueso de sus huesos, y carne de su carne (ver Efesios 5: 22-32) Jesús no nos ha salvado para que continuemos viviendo para nosotros; lo ha hecho para que vivamos para él (Colosenses 1: 16). La verdadera salvación es un compromiso matrimonial. Él nos purifica para nuestro desposorio. Desde su perspectiva, nuestras actitudes independientes constituyen idolatría, y encienden el fuego de sus celos.
Un ídolo no es un pecado ocasional; es algo que nos domina y nos esclaviza. Para algunas personas su temor es un ídolo; para otras es la lujuria, y para otros, la rebelión y el orgullo. Cualquier cosa que dispute el derecho de Jesús sobre nuestros corazones se convierte en su enemigo, y él la confrontará. Por causa de su celo por nosotros como su Esposa, y en relación con estos falsos dioses, la demanda del señor es que nosotros mismos destruyamos los ídolos.
Al escudriñar las citadas Escrituras podemos concluir que Jesús no quiere que seamos “delicados” al desmantelar el altar escondido del pecado, como temiendo que se rompa. Por el contrario nos manda “demolerlo” lo cual es radical. No nos pide cortesmente que desmantelemos pieza por pieza las columnas o sostén de nuestro orgullo; nos ordena “hacerlas pedazos”. Cuando el Señor nos muestra un ídolo interior, debemos demolerlo totalmente y sin contemplaciones. No debemos abrigar secretamente la más mínima intención de volver a usar tal ídolo otra vez. Debemos destruirlo para siempre.
Quizá usted piense que no está adorando ningún ídolo. No se está postrando cada mañana ante la estatua de Baal para adorarlo como su dios. Ciertamente no adoramos los ídolos del mundo pagano antiguo. Pero como todo en nuestro mundo moderno, el ser humano tiene su idolatría sofisticada. El apóstol Pablo habla del anticristo que aparecerá en los últimos días como quien “...se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios” (II Tesalonicenses 2: 4).
¿En dónde está el templo de Dios en la tierra? ¿Es un edificio? Tal vez, pero en ninguna otra parte de sus enseñanzas se refiere Pablo al templo de Dios como algo diferente a su iglesia. Sin embargo, si Pablo se refiere a un hombre sentado como Dios en Jerusalén, el tal tiene que sentir primero interiormente “que es Dios.”
Visualicemos al anticristo de la manera que lo hizo el apóstol Juan, quien lo vió no solo como una persona que vendría, sino como un enemigo espiritual que procura infiltrarse y suplantar al verdadero cristianismo (1 Juan 2: 18; 4: 3). El espíritu del anticristo es un espíritu religioso que se manifiesta en esa forma de pensar que rehusa ser enseñada y corregida por Cristo o por cualquiera otra persona. El espíritu del anticristo reside en gran parte de la iglesia en nuestros días, oponiéndose al movimiento de Dios, mostrándose a sí mismo como Dios.
Dicho con sencillez, el espíritu del anticristo es ese espíritu que exalta al yo como una deidad. Como puede ver, el espíritu del anticristo es algo mucho más sutil que alguien proclamándose de repente ante el mundo como el creador. Otra vez digo que nuestro mundo está muy sofisticado para eso. Hoy debemos mirar la influencia del anticristo en nuestras tradiciones religiosas: ¿Están ellas basadas en las Escrituras o en enseñanzas y conceptos humanos? Y luego, más allá de nuestras tradiciones, debemos discernir en nuestros corazones la disposición del espíritu del anticristo en la forma de pensar de nuestra naturaleza carnal. ¿Hay algo en su alma que se opone y exalta a sí mismo sobre Dios, tomando su lugar en el ser humano como templo de Dios, y mostrándose a sí mismo como Dios? La resistencia que hay en usted contra Dios es un ídolo. De hecho es el ídolo más fuerte y poderoso en el corazón humano.
Pero el falso dios del dominio del yo no está solo en el ser humano. La ansiedad y la agitación del día de hoy tienen relación con el antiguo dios Mercurio. El mundo ha tomado el apetito por la sangre y la violencia de los coliseos Romanos y lo ha vertido en filmes violentos. Han trasplantado las diosas de la fertilidad de las colinas griegas para idolatrar el sexo en nuestros teatros y en la programación de televisión. Lo que el ser humano ha hecho es mover los templos paganos de los lugares altos en el campo, a los lugares secretos del corazón humano.
Si exaltamos el dinero, el estatus o el sexo por encima de la Palabra de Dios, estamos viviendo en idolatría. Cada vez que interiormente nos sometemos a las fortalezas del temor, la amargura y el orgullo, estamos postrándonos ante los gobernadores de las tinieblas. Cada uno de estos ídolos debe ser quebrado, roto y destruido en nuestros corazones.
“Yo Soy un Dios Celoso”
“Porque no te has de inclinar a ningún otro dios, pues Jehová, cuyo nombre es Celoso, Dios celosos es” (Éxodo 34: 14). El Señor no dice que él fue a veces celoso; dice que Su nombre, el cual revela su naturaleza, es Celoso. Junto al nombre “Yo Soy” está su nombre “Celoso”. Su amor no es algún principio etéreo de “una más alta consciencia cósmica.” Su amor está enfocado sobre nosotros, y Su celo por nosotros como individuos es real. él “... a sus ovejas llama por nombre” (Juan 10: 3). Jesús conoce su nombre. Lo ama de una manera personal. El hecho de que Cristo nos cela como personas, que cuida y ha hecho provisión para cada área de nuestra vida, y que sufrió humillación y muerte en la cruz para pagar la pena de nuestros pecados, demuestra cuán grande es el amor con que nos ama. Él lo dio todo por nosotros. ¡Él merece todo de nosotros!
Su celo es perfecto. No es como un ser humano celoso: mezquino, posesivo e inseguro. Él no está sentado en los cielos frotándose las manos preguntándose qué pensaremos de él. Su celo está motivado por su amor puro hacia nosotros y por su deseo de bendecirnos y de que nuestra vida tenga realización en él. Nos comprende y es conocedor de nuestras debilidades, “... ha hecho morar en nosotros su espíritu, el cual nos anhela celosamente” (Santiago 4: 5). Su promesa para nosotros es fiel: “No te desampararé ni te dejaré” (Hebreos 13: 5). Se niega a dejar de amarnos. Usted puede verse a sí mismo como un pecador indigno de ser amado, a quien nadie quiere; pero Jesús lo desea, y anhela su amor.
En los comienzos de mi ministerio, en una ocasión consideré como caso perdido a varias personas que, en mi opinión, estaban cerradas al amor de Dios, acerca de las cuales había perdido toda esperanza. Al pasar el tiempo descubrí que algunos de estos individuos habían aceptado al Señor y estaban caminando con él. Jesús es fiel. Él lo ama con un amor lleno de celo por usted como persona.
Sin embargo, Dios sabe que para que pueda tener la experiencia de su amor, los ídolos del yo y del pecado deben ser destruidos. Y para probar nuestras intenciones y nuestro amor por él, nos dice que destruyamos los ídolos. ¿Quiere ser santo? Entonces remueva de su interior los ídolos del ego y el pecado. Porque la santidad existe en un alma purificada por el amor. Brota como incienso de un corazón libre de ídolos.
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