Al final de los tiempos habrá dos tipos de cristianos: aquellos quienes alaban en el atrio interior y aquellos fuera del lugar de intimidad.
“Entonces me fue dada una caña semejante a una vara de medir, y se me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él. Pero el patio que está fuera del templo déjalo aparte, y no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses.”
—Apocalipsis 11:1-2
En última instancia este versículo está diciendo que ahora mismo el Espíritu de Dios está midiendo a los adoradores – aquellos individuos quienes su tesoro esta en el cielo, que permanecen en el atrio interior del templo de Dios. Amado, aquellos quienes verdaderamente habitan en un lugar medido y protegido.
Considere: En nuestro mundo de terrores, presiones y trauma, nuestro único refugio existe en la presencia viva de Dios. No debemos aceptar una religión acerca de Dios. Si verdaderamente vamos a morar en la Presencia Divina, quizá una cosa por encima de todas nos llevara ahí: Debemos volvernos en verdaderos adoradores de Dios.
Verdadera Adoración
Jesús enseño que ‘los verdaderos adoradores” son aquellos que adoran “al Padre en espíritu y en verdad.” En otras palabras, su adoración a Dios fluye desde sus corazones sin impedimentos de difíciles condiciones externas. La adoración “en espíritu y en verdad” es adoración genuina. Ciertamente, ahora mismo sobre el planeta Tierra, el Padre está buscando a tales personas para que sean “Sus adoradores” (Juan 4: 23).
Considere correctamente la prioridad de Dios. El no nos está buscando para que seamos operadores de milagros o grandes apóstoles o profetas. El desea de nosotros más que el cultivar buenas habilidades de liderazgo o fortalezas administrativas. ¿Que busca El? El desea que nos volvamos en Sus adoradores en espíritu y en verdad.
La Adoración Genuina Hace Que Nos Volvamos en Cristianos Genuinos
Si nos enfocamos en hacer de nuestra adoración una verdadera, nuestro estudio Bíblico, oración, y servicio a Dios, cualquiera que este sea, se volverá también verdadero. Ciertamente, un corazón adorador inunda todas las otras disciplinas espirituales con legitimidad y sustancia. Si nos inclinamos en adoración antes de estudiar la palabra de Dios, Su palabra penetrara más profundo en nuestra alma; nuestro fruto será mas dulce y duradero. Si antes de abrir nuestra boca en oración, honramos a Dios en adoración, nuestra intercesión ascenderá a los cielos sobre alas de confianza sin fingimiento y fe expectante.
La adoración rescata nuestros esfuerzos espirituales de la rutina, religiosidad, orgullo y culpa; mueve completamente a nuestras mentes de nosotros mismos y nos coloca dentro de la abrumadora vida de Dios.
Todos hemos escuchado enseñanzas acerca de que Dios desea tener una relación con nosotros, y es verdad. Más todavía, la implicancia es que Su relación con nosotros es perfectamente complaciente, casi casual en su naturaleza y definida en su mayor parte por nuestros términos y necesidades. Si, Dios desea que nuestra unión con El sea completa y maravillosa. Aun así, Su descender en nuestras vidas, Su compromiso a redimirnos y restaurarnos, tiene otro propósito: la realidad de Su presencia nos transforma en adoradores.
Ciertamente, la adoración es la evidencia de una vida transformada. Puede ser expresada con lágrimas de alegría o con deslumbrante silencio; puede crear una permanente gratitud hacia Dios o inspirar canciones durante la noche. Independientemente de la forma de expresión, la adoración que el Padre busca es absolutamente significativa. Vuelve todo nuestro ser hacia Dios en amor.
Si, sin embargo, la idea de “adoración” parece ser una cosa rara, si se siente mecánica o si las palabras expresadas parecen huecas (y no santificadas), es porque el alma del individuo no ha sido primeramente transformada. Cuanto más nos acercamos a Dios, mas somos transformados; cuanto mayor nuestra transformación, mas completamente respondemos en adoración. Vea, la verdadera adoración se profundiza y madura mientras caminamos con Dios.
Recuerde el anciano testimonio del apóstol Juan. El estaba en sus noventa cuando escribió “Y nosotros hemos llegado a conocer y hemos creído el amor que Dios tiene para nosotros” (1 Juan 4:16). Escuche esa primera frase: Hemos llegado a conocer.
Cuando recién llegamos a Dios, por necesidad debemos venir como somos con pecado y vergüenza. Si, buscamos arrepentirnos de nuestros obvios pecados, pero la obra de Dios está destinada a ir mucho más profundo. Como jóvenes Cristianos, cargamos todavía actitudes de orgullo, ambición y miedo, así como muchos otros pecados, los cuales nos hacen mal representar la real naturaleza de Dios a otros. A pesar de que somos pecadores, Dios no nos abandona. En cambio, Su obra continúa. Su fuego iluminador ingresa en las oscurecidas cavernas de nuestros corazones. Aquí, en este horno de refinamiento divino, despojados de nuestras pretensiones y orgullo, desnudos espiritualmente, sin un trapo de auto justicia en el cual vestirnos – en esta inhóspita realidad llegamos a conocer el incondicional amor de Dios y aceptación.
Lo que una vez pareció un mandamiento imposible, “Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mat. 22:37), se transforma de una ley a una promesa llena de esperanza, una anticipación de que El transformara todo lo que somos y, en el proceso, creara la alabanza de nuestros labios. Es como si El dijera, Me amaras con todo tu Corazón porque es así exactamente como yo te amo, con todo Mi Corazón.
Nuestra alabanza es el resultado del acercamiento de Él a nosotros; es el efecto que El tiene sobre los redimidos. Aun así, es también una elección que hacemos. Yo elijo la adoración como una manera de demostrar mi confianza en Dios, cuando mis circunstancias se ven hostiles; yo elijo la adoración como mi medio de lanzarme dentro del corazón de Dios cuando todo a mí alrededor es confusión. Y mientras soy elevado a Su presencia, soy también consciente que el carácter de mi vida está siendo medido, y está siendo medido por mi adoración en Su altar.
Señor, ven a mi vida y cumple Tu promesa de transformación. Crea en mis labios adoración, y ayúdame a adorarte en espíritu y en verdad.
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