Podemos encontrar ánimo y guía una vez mas en la vida del rey David. El nació en un tiempo similar al nuestro. Los hebreos estaban en la Tierra Prometida, pero Vivian aun con enemigos que no habían conquistado. Cuando David se convirtió en rey, supo que Dios había prometido mas para Israel de lo que los judíos habían alcanzado. En particular, el hecho de que los jebuseos todavía ocupaban el área ahora conocida como Jerusalén. Pero si David se hubiera medido a si mismo por el éxito de sus antecesores, nunca hubiera pensado en un ataque a los jebuseos. Ellos eran un pueblo rudo de montana y, a pesar de estar en la lista de naciones prontas a ser desposeídas por Israel, nunca habían sido conquistados.
Piense en esto: los grandes héroes de Israel desde Josué a los jueces habían tratado de conquistar a los jebuseos, y habían fallado. Por eso, los jebuseos se mostraban despectivos cuando oían de los planes de David de poseer su ciudad principal, Jebús (Jerusalén). Se burlaban del joven rey, diciendo: “Tu no entraras acá, pues aun los ciegos y los cojos te echaran” (2 Samuel 5:6).
Aquí hay dos lecciones. Primero, para todos los que sean ver las asombrosas promesas de Dios cumplidas, Dios les dice, “No se dejen condicionar por el pasado!” Solo porque no han visto el poder de Dios manifestado sobre sus iglesias o naciones, no piensen que Dios nunca lo hará. El puede cambiar la situación del día a la noche.
La segunda lección es esta: probablemente no será el diablo en persona quien venga a amedrentarnos; mas bien, deberíamos guardarnos del mal consejo de cristianos escépticos. Recuerde: el sarcasmo de los jebuseos fue que “aun los ciegos y los cojos te echaran”. Podemos estar firmes en la fe en contra de las huestes de maldad, solo para ser vencidos por “los ciegos y los cojos” espirituales que se sientan junto a nosotros en la iglesia.
¿Quienes son los ciegos? Dicho simplemente, son los que no ven la visión que usted ve. Están ciegos al futuro de fe que Dios ha puesto en su corazón. No podemos dejar que las personas que no ven nuestra visión nos aconsejen. Cuidado con hacerse el comprensivo hacia los que están espiritualmente ciegos. Un poco de levadura de incredulidad puede socavar su fe en tiempo de batalla. Junto con los ciegos espirituales están los cojos emocionales. Son personas que han tropezado con algo- o con alguien – en el pasado. Por ende, ya no pueden avanzar con Cristo. Cuídese de contarle sus sueños a los cínicos. Si hacemos oídos a las advertencias de los “cojos”, solo será cuestión de tiempo antes de que la herida y desgracia de ellos agoten nuestras fuerzas; nosotros también nos volveremos demasiado cautos y sospechosos.
Aunque es verdad que necesitamos consejo de otros cristianos, y que debemos permanecer en una actitud perdonadora y amable hacia aquellos que se oponen, no podemos permitir que las palabras de los ciegos espirituales y los cojos emocionales nos guíen.
La Palabra es Dios
En nuestro mundo, nuestros reales enemigos no son las personas, mas las fuerzas espirituales de maldad que influencian nuestras comunidades. Y recordemos: si somos nosotros los que sufrimos de ceguera o renguera espiritual, Jesús puede sanarnos. Pero el hecho es que, como los jebuseos, Satanás ha observado los fracasos de muchos cristianos. Uno puede sentir el desprecio del diablo cuando los pastores e intercesores oran por un avivamiento nacional o mundial. Las burlas del diablo no son infundadas porque, hablando en términos generales, nuestros antecesores no lograron desalojar las fortalezas de maldad de sus ciudades. La historia esta del lado del adversario.
Pero Dios nos ha dado Su inalterable, inmutable Palabra. El promete:
“Aunque la visión tardara aun por un tiempo, mas se apresura hacia el fin, y no mentira; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardara. He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá”.
Habacuc 2:3-4
Vivir “por fe” es creer a Dios hasta que la visión que nos dio se cumpla. David creyó en Dios, y a pesar de que la historia estaba del lado de los jebuseos, leemos: “Pero David tomo la fortaleza de Sion, la cual es la ciudad de David” (2 Samuel 5:7).
Había algo en David desde sus anos de juventud, que lo impulsaba hacia la victoria sobre los jebuseos. De hecho, las Escrituras nos dicen que cuando era todavía un jovencito, después de matar a Goliat, “tomo la cabeza del filisteo y la trajo a Jerusalén” (1 Samuel 17:54). Recuerde que en ese tiempo Jerusalén se llamaba Jebús y estaba ocupada por los jebuseos. Era como si estuviera diciendo: “Ok, solo soy un joven, pero he conquistado al gigante filisteo. Recuérdenme, porque volveré”. En menos de veinte años David regreso, esta vez como rey de Israel. Tal como conquistó a Goliat, conquistó también la fortaleza de los jebuseos y fue llamada, “la ciudad de David”, aunque pronto se la conoció como Jerusalén.
Vea, no se trata de la realización de nosotros mismos, sino del cumplimiento de la Palabra de Dios. La Palabra de Dios no puede volver vacía, sin cumplir el propósito para el que fue enviada. Cuando el rey David oyó el escarnio de los jebuseos, no se volvió por su camino desanimado; tampoco su fe fue aplastada por los fracasos de sus antepasados. En cambio – y esto es importante – David interpreto la batalla a la luz de las promesas de Dios. Estaba en juego la integridad de la promesa del Señor a Abraham y su simiente: “Tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos” (Génesis 22:17). Mientras el enemigo podía tener la historia de su lado, ¡David tenia la Palabra inalterable de Dios del suyo!
Es la herencia de los descendientes espirituales de Abraham el traer la influencia prevaleciente de Dios a sus comunidades, y, a través de Cristo, poseerlas. ¡No es mi palabra o la suya, sino la promesa del Dios Todopoderoso! El lo dijo y El lo hará. Su pueblo poseerá las puertas de sus enemigos. ¡Es reprochable que el diablo quiera nuestras ciudades mas de lo que nosotros las queremos! El deseo de David por Jerusalén era un deseo santo que le vino de Cristo, porque lo que externamente iba a ser la ciudad de David, pronto seria en realidad la ciudad de Dios.
Como David simplemente creyó las promesas de Dios, así también debemos hacerlo nosotros. El Señor ha jurado que “andarán las naciones a tu luz”(Isaías 60:3). ¿A quien le creeremos? Tomaremos consejos de los ciegos si ellos no pueden ver el potencial que vemos nosotros? Tomemos a Dios por Su palabra. Permítame decirlo nuevamente: Jesús mismo asegura que “todo es posible para aquel que cree” (Marcos 9:23). ¿Usted cree? ¿O es simplemente un incrédulo bueno que va a la iglesia?
Amado, si fracasamos, no es una vergüenza. Simplemente engrosamos las filas de los héroes espirituales que fueron delante de nosotros y “murieron. . . sin haber recibido lo prometido” (Hebreos 11:13). En verdad, es mejor morir en fe que vivir en duda. Pero considere: ¿Que si lo logramos? ¿Que si a través del proceso de creer en Dios, El imparte en nosotros la perseverancia de Cristo y su carácter, y al hacerlo encontramos a Dios ayudándonos a volver nuestra tierra hacia El?
Señor, Tu prometiste que las naciones vendrían a nuestra luz. Perdóname por dudar y por dejarme condicionar por los errores o logros del pasado! Creo que Has preparado nuestra nación para grandes cosas. Seguiremos Tu promesa de desalojar a nuestros enemigos, tal como David conquisto la gran ciudad que llevaría el nombre de Jerusalén! En el nombre de Jesús, amen.
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El mensaje precedente fue adaptado de una capitulo en el libro de Francis, "Alístese junto al Señor de los Ejércitos” publicado en español por editorial Peniel.
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