El Espíritu de Dios no desea que meramente toleremos la opresión; desea que la conquistemos. El no nos ha llamado a la pasividad ¡nos ha llamado a la guerra! Nos ha ungido con el poder de Su Espíritu Santo, y Jesús nos ha dado Su autoridad sobre toda fuerza de enemigo (ver Lucas 10:19).
Esta autoridad no es solo para estar en guardia, ni para hacer maniobras defensivas. El Espíritu Santo desea que, al seguir a Cristo, también presentemos batalla al enemigo. Cuando David canta en el salmo 18 que, bajo la unción de Dios, puede entesar con sus brazos el arco de bronce, también declara: “Perseguí a mis enemigos y los alcance, y no volví hasta acabarlos” (Salmo 18:37).
Dejemos esto en claro: David era primeramente un adorador de Dios. El no perseguía a sus enemigos sin antes perseguir a Dios y su presencia. Pero cuando el Señor lo guiaba a la batalla, derrotaba a sus oponentes por completo.
Le diré una verdad contundente: o perseguimos a nuestros enemigos o ellos nos perseguirán a nosotros. Debemos desarrollar una actitud como la de Cristo en contra de la maldad. El vino a “deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8). La Biblia dice, “Los que amáis a Jehová, aborreced el mal” (Salmo 97:10). El Espíritu Santo busca resolución en nosotros para que, al igual que David, persigamos a nuestros enemigos hasta que sean consumidos. De hecho, es esta actitud agresiva de corazón la que hace que crezcamos en madurez a la imagen de Cristo.
Jesús pudo vivir con y perdonar los errores de los hombres, pero nunca permitió que espíritus malignos tomaran control sobre El. El era agresivo contra sus enemigos espirituales. No hay terreno neutral aquí. No hay lugar para un espíritu pasivo en el ejército de Dios.
Ataque y Contraataque
Tomemos el clásico ejemplo de nuestra ciudad de actuar agresivamente contra nuestro enemigo: la batalla en nuestra mente. Si usted se siente permanentemente frustrado por el temor, la autocompasión, el enojo, los pensamientos inmorales o la lujuria carnal, sabrá que esos pensamientos y sentimientos no se irán por si solos. Su mente debe ser renovada a través del arrepentimiento y el conocimiento de la Palabra de Dios. Y si existe alguna actividad demoniaca que se aprovecha de su naturaleza pecaminosa, ese enemigo debe ser confrontado en el nombre de Jesús. Sea que se encuentre peleando contra el temor, la lujuria, el enojo u otra clase de pecado, usted se encuentra en una guerra por su alma.
Algunos responderán a esto diciendo: “Yo no tengo un problema con un espíritu diabólico; mi batalla es con la carne.” El fracaso frecuente en un área en particular puede estar genuinamente basado en una actitud carnal de nuestra vieja naturaleza. Pero si se ha arrepentido varias veces sobre lo mismo, y todavía no puede encontrar libertad duradera, quizá el asunto es una combinación de pecado y la manipulación de ese pecado por parte del diablo. El verdadero poder detrás del fracaso recurrente bien puede ser demoniaco.
Aun así, incluso si usted confronta esa entidad demoniaca en la autoridad de Cristo, su lucha no se ha terminado. El enemigo esperara hasta que baje su guardia e intentara reentrar a su vida. Recuerde la advertencia de Jesús: “Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí” (Mateo 12:43–44).
Jesús explica que aun si usted tuvo una liberación verdadera por la mano de Dios, llegara el momento en que un “espíritu inmundo” intentara regresar a la casa “de donde salió.” La casa a la que busca entrar es la oscuridad creada en su alma a través de su vida sin arrepentimiento previa. La manera en la cual busca acceso enmascarándose como sus propios pensamientos. Jesús advierte que si el espíritu inmundo regresa y encuentra el alma desocupada, trae “otros siete espíritus peores que el” (Mateo 12:45).
Usted debe discernir este contraataque. El enemigo intentara infiltrar su mente, buscando plantar un pensamiento o sembrar una idea pecaminosa en su alma. Luego intentara regar esa semilla con la correspondiente tentación. Amado, debemos capturar esos invasivos iniciales pensamientos. Debemos ser vigilantes para reconocer y conquistar la opresión antes de que nos lleve de regreso al pecado. Debemos tomar autoridad sobre el mismo antes de que se pueda multiplicar. Si fracasamos en usar nuestra autoridad, el enemigo intentara una invasión a gran escala. Jesús dice que “el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero” (versículo 45).
Por tanto, ¡debemos ser agresivos en nuestras oraciones y acciones! Satanás atacara y contraatacara. Para ganar, en medio de todo, debemos guardar nuestros corazones y mentes. Para hacerlo debemos ejercitar la autoridad spiritual agresivamente.
Actitudes Presentes y Victorias Futuras
Una historia del Antiguo Testamento refleja bien mi preocupación hacia los efectos del espíritu de pasividad. Eliseo, el profeta, estaba por morir y Joas, el rey de Israel, en una muestra de afecto poco común, lloro sobre el hombre de Dios. Más aun una prueba permanecía. Luego de prometerle al rey la victoria sobre Aram, Eliseo le dijo a Joas que tomara las flechas y “golpeara la tierra”, pero Joas golpeo en tierra solo tres veces y se detuvo. Aquí el profeta se enojo con él y le dijo, “Al dar cinco o seis golpes, habrías derrotado a Siria hasta no quedar ninguno, pero ahora solo tres veces derrotaras a Siria” (2 Reyes 13: 18-19).
Eliseo se enojo por el espíritu de pasividad que había en el rey Joas. El vio que este rey no poseía la perseverancia para perseguir a sus enemigos hasta conquistarlos completamente.
¿Que nos quiere decir esto? El enojo del profeta realmente refleja el disgusto del Señor contra el espíritu de pasividad o pereza de Su pueblo hoy. ¿Es difícil creer que Jesús podría en realidad estar enojado con Su Iglesia? Entonces considere la palabra del Señor a la iglesia de Laodicea, una congregación que estaba demasiado preocupada por su comunidad y pasiva en su actitud contra la realidad espiritual. Jesús dijo, “Yo conozco tus obras, que no eres frio ni caliente. Ojala fueses frio o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frio ni caliente, te vomitare de mi boca” (Apocalipsis 3:15–16).
Jesús prefería que fuéramos fríos o calientes en vez de tibios. Pero aun así ¿ama a aquellos que El reprende? Por supuesto, pero El nos llama a cambiar de actitud. No es que la pasividad o la pereza sean pecados terribles, como el homicidio o el adulterio. Es simplemente que esas actitudes crean una prisión sicológica alrededor de los creyentes que verdaderamente los mantienen como rehenes de sus pecados.
El Señor no se complace de la pasividad spiritual y la indiferencia que tanto prevalece hoy entre Su pueblo. Vemos diariamente como los terroristas pueden atacar con armas de destrucción masiva, o vemos también el avance de la perversión en nuestras culturas, y aun así muchos creyentes permanecen sin oración e inactivos. Esto a pesar de la promesa del Señor de que si venimos delante de Él, humillándonos en oración sincera, nos dará poder para perseguir a nuestros enemigos y derrotarlos. Pero en vez de buscar a Dios a favor de los perdidos, muchos de nosotros estamos inmovilizados por un espíritu de pasividad.
No estoy hablando del nivel de energía en nuestros cuerpos, sino al nivel de fuego en nuestra obediencia. Eliseo pudo ver que el Rey Joas era un flojo por la manera pasiva en que golpeaba con las flechas. Amado, Dios nos ha dado armas espirituales para ayudarnos, pero necesitamos levantarnos y pelear. Necesitamos arrepentirnos del espíritu de pasividad y pararnos con la autoridad de Cristo en este día de batalla. Porque si fracasamos en hacer lo uno o lo otro – orar o actuar- podemos llegar a perder el alma de nuestras naciones. Nuestra derrota puede llegar, no porque la ayuda de Dios no estuvo disponible sino porque vimos el avance de la maldad y no hicimos nada.
Para que sea más provechoso, haga esta oración en voz alta: Señor Dios, te agradezco que me has dado autoridad sobre todo poder del enemigo. Perdóname por permitir que mi voz estuviera callada y mi voluntad inmovilizada por el espíritu de pasividad. Entiendo que para ser un vencedor debo perseguir a mis enemigos hasta que sean consumidos. Tú me has dado autoridad sobre los planes y las obras del diablo. Me has creado para ser un ministro de Tu justicia. Me has llenado con Tu Espíritu Santo y fuego. Este día confronto, renuncio y tomo autoridad contra el poder del enemigo. Quiebro el yugo del espíritu de pasividad en mi vida. En el nombre de Jesús, Amen.
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